jueves, 9 de septiembre de 2010

De camino a casa

En la noche, de regreso a casa, cuando la brisa es suave y las estrellas se asoman curiosas entre los edificios para saber qué pasa en la ciudad. Las calles tranquilas, donde se oye el silencio de la gente pasardo al ritmo del taconeo cansado, a veces ligero, otras no tanto. Sin apuro por llegar, con la sensación de tener todo el tiempo del mundo, como si el tiempo se detuviera, y lentamente con el desaceleramiento de mis pasos, la calma se apoderara de mi ser. Y me dan ganas de sentarme en el camino y detenerme. Busco un banquito en la vereda. Deseo que las estrellas lo bajen para mi y lo coloquen ahí en medio de la vereda. Sentarme allí y observar.
Observar la noche, la calma, el baile de los árboles que al compás de la brisa acarician el aire. A sentir el canto de los pájaros que se saludan antes de ir a sus nidos a descansar. Y allí, allí sentada en ese banquito que bajaron las estrellas para cumplir mi deseo, donde no pasa nada y pasa todo, donde la quietud de mi cuerpo se contradice con la aceleración de mis pensamientos. Pensamientos lindos, positivos, inspiraciones donde las fantasías aparecen. Mi corazón desciende su ritmo a un estado de somnolencia, mi respiración se enlentece. Una sonrisa se esboza en mi rostro y siento mis ojos mojados, como si algo grandioso sucediera y la emoción se transmitiera en ellos. Eso que sucede y no sucede, eso que no se entiende porque no se puede explicar, eso que es simplemente disfrutar el momento, sentir el placer de estar de estar ahí observando y sintiendo.

Besos,

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