sábado, 13 de marzo de 2010

Cuento: Un viaje en colectivo


Un viaje en colectivo

Aproveché la hora del almuerzo para ir al centro. Salir de la oficina era terrible. Allí permanecíamos encerrados como en una burbuja que nos aislaba del calor infernal de la ciudad y nos resguardaba del sol que pegaba con fuerza.

Pero tenía que ir a entregar el recibo de pago; era necesario. Así que junté fuerzas y me fui. En la parada de colectivo no había nadie. Ni la sombra asomaba por ese lugar. Parada bajo el sol, esperando el colectivo sentía que me derretía. Miraba la heladería de en frente y deseaba un helado. En realidad, varios kilos, que lograrán llenar mi cuerpo para refrescarlo.

Traté de imaginarme parada en medio de la nieve rogando que pegara sobre mí un rayito de sol, pero no me dio resultado.

Cuando llegó el colectivo sentí un gran alivio. Como si viniera a rescatarme. Todavía las líneas comunes no tenían aire acondicionado, pero la velocidad del vehículo dejaba entrar una leve brisa por la ventana, que aunque caliente era mejor que nada.

Adelante mío iba sentada una chica de aproximadamente unos veinticinco años. Tenía el pelo negro, largo, y lleno de rulitos. Estaba peinada con una media cola, sujeta por una gomita roja. Iba leyendo. No sé qué leía pero parecía abstraída por el texto.

¡Una cana! Sí, le vi una cana que sobresalía orgullosa del montón de pelo negro. No sabía si decirle. Pensé en tratar de sacársela sin que se diera cuenta, pero no lo veía muy posible.
Subió al colectivo un hombre de unos treinta y pico de años. Era alto, tan alto que casi tocaba el techo con la cabeza. En realidad, con sus rulos. Parecía que llevaba sobre su cabeza una montaña de rulitos marrones enredados. No era lo que se puede decir un "hombre lindo". Quizá si se pusiera una camisa más clásica, en vez de la multicolor que traía puesta y se cambiara los anteojos "culo de botella" (como le dicen) por unos más modernos o por lentes de contacto . . . podía ser mucho más atractivo.

Se sentó al lado de la chica de la cana. Entonces lo vi más de cerca. Sus ojos eran lindos. Celeste mar. Qué no daría por estar en el mar en vez de en el colectivo. Me imaginé en una playa del caribe con mar celeste, tirada en una colchoneta balancéandome con el movimiento tranquilo de las aguas caribeñas. Un hombre grandote bronceado acercándose a mí para traerme mi trago favorito. ¡Sí! Tirada en el mar del caribe siendo atendida por un hombre.

Sonó mi celular y volví a la realidad. Era mi mamá. "Lo único que me falta", pensé.

-Hola má.
-Hola hija, no puedo entrar a mi mail.
-Bueno má, cuando salga del trabajo paso por ahí y te ayudo.
-Pero quería mandar . . .
-Má, no puedo hacer nada ahora. Estoy en el colectivo yendo para el centro.

Siguió tratando de explicarme qué le pasaba, que la computadora le ponía no sé que cosa. Ella no entendía que la máquina sola no hacía nada; que si le ponía una cosa en vez de la que ella quería, era que algo estaba haciendo mal. Le corté prometiéndole que la llamaba cuando llegara a la oficina.

Parece que se había formado una pareja. Los dos de adelante se hablaban. El perfil del hombre permitía que pudiera escuchar lo que él decía, pero a ella no la oía.

-¿Qué lees? –le preguntó el hombre.
-. . . . .
-¿Por estudio o porque te gusta?
-. . . . .
-Disculpame, no quise molestarte –le dijo.

La cara de . . . ¿decepción? Me dio pena. Tenía ganas de decirle que no le diera bola, que era una amargada, que no sabía disfrutar de una conversación agradable mientras viajaba en colectivo y que además tenía una cana.

Ahora si que no le iba a avisar que tenía un pelo blanco. Con el humor que demostró tener con el hombre quizá me daba con el libro por la cabeza. "¡Qué asquerosa!", pensé.

Lo veía al hombre tratando de pensar en algo para retomar la conversación sin que la chica lo sacara carpiendo. Parecía nervioso. Hacía amagues de que le iba a volver a hablar, pero se ve que no se animaba.

Unas paradas más y me bajé. ¿Por qué no se sentó a mi lado? Yo le hubiera hablado. Yo sí sabía compartir una charla amable en el colectivo. Hasta quizá podía haber habido eso que llaman química entre nosotros. Dejé atrás lo que pudo haber sido una gran historia de amor. Hubiera sido un lindo comienzo.

-¿En dónde lo conociste? –me podrían preguntar.
-En un mediodía de verano, en la línea 64 –podría contestar.

Pero no. Me bajé y él siguió su viaje. Si el destino quiere unirnos, quizá volvamos a encontrarnos y en una de esas ese diálogo podría ser real.



Espero les haya gustado este cuento. Tiene varios años, pero lo tengo tan presente como si lo hubiera escrito ayer.


Besos,

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