martes, 16 de febrero de 2010

Cuento "El Beso Deseado"

Hoy los dejo con uno de mis cuentos. Aclaro, por las dudas, que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Espero que les guste.


Besos.

El beso deseado

Me había cansado de tener esa sonrisa provocadora tan cerca de mis labios, y ese cuerpo tan pegado al mío todos los días. Había esperado más de un mes a que me besara, pero entendía que su lugar de profesor y tener alrededor a los demás alumnos debía inhibirlo, pero ya era hora de hacer algo.

Esa tarde cuando llegué al salón no había nadie. Dejé mis cosas sobre una de las mesitas y me senté preguntándome qué había pasado. La clase tendría que haber comenzado hacía quince minutos, y en cambio ni la música estaba prendida.

Es verdad que era domingo, y que afuera era un temporal. ¿A quién se le iba a ocurrir salir de su casa?

De repente escuché el vapor de la máquina de café y fui al fondo a ver quien estaba en la barra. Era él. Parecía asombrado.

—¿Te asombra verme? —le dije riéndome.
—No... Sí. Lo que pasa es que estaba pensando en vos.
—¿Si? —dije intrigada, esperando conocer los procesos de su mente que involucraban a mi persona.
—¿Querés un café? –me preguntó tratando de cambiar de tema.
—No, prefiero saber qué estabas pensando —le dije.

Me senté en una de las banquetas altas de la barra y lo observé, como si estuviera estudiando los movimientos con los que preparaba el café, a esperar esa declaración de amor que tanto deseaba.
Él apagó el vapor con el que estaba calentando la leche, dejó a un lado la taza, molió los granos de café, lo colocó en el filtro y luego de poner la taza debajo oprimió el botón para que bajara el agua y un café con leche espumoso colmara la taza.

Se sentó a mi lado, giró mi banqueta para que mi cuerpo quedara frente al suyo y me sonrió como siempre. Esa sonrisa me provocaba ganas de besarlo. Esos labios carnosos me pedían imperiosamente el contacto de los míos. Ahora estábamos solos. No había otros alumnos. Por fin, me llegó la hora, pensé, conoceré el sabor y la textura de sus labios.

—Tenés que poner resistencia —me dijo.

Abruptamente volví a la realidad. ¿De qué me habla? ¿Por qué iba a resistirme si yo quería lo mismo que él? Levantándose me tomó de la mano para que me parara, rodeó mi cintura con su brazo derecho y con la izquierda tomó mi mano.

—Si no ponés resistencia yo puedo hacer con vos lo que quiera —me explicó.

Su sonrisa seguía a centímetros de mi boca y su mirada atravesaba mis ojos. "Hace conmigo lo que quieras", pensé, "yo no voy a poner ninguna resistencia".

—No te entiendo —le dije en cambio.

Volvió a explicarme lo mismo. Él se refería al baile, claro, quería que pusiera resistencia en los brazos para que pudiera sentir sus marcas. Yo entendía, pero él también entendía lo que yo le estaba diciendo.

—Probemos —le propuse incitándolo al juego que con su mirada me di cuenta entendía.

Presionó mi cuerpo hacia el suyo con el brazo que aún tenía alrededor de mi cintura. Me soltó la otra mano y colocó la suya sobre mi cuello. "Por fin, me va a besar".

—¿Estás segura? —me preguntó.

No llegué a contestarle cuando una mujer alta, gorda, de pelo largo negro hasta la cadera me tomó del brazo sin decir palabra y llevándome hacia la puerta me echó. La cerró tras mis espaldas y escuché que le ponía llave.

No entendía nada. Golpeé la puerta y lo llamé a Marcos varias veces, pero no obtuve respuesta. Esperé un rato y luego resignada me fui.

¿Quién era esa mujer? ¿Qué le pasaba? ¿Estaba loca? ¿Por qué me sacaba de ahí de esa manera? ¿Qué le había hecho yo?

Sólo supe quien era cuando ví su fotografía en la primera plana del diario del día siguiente. Ahí fue cuando entendí la razón por la cual aquel beso que tanto deseaba no llegaba nunca a tocar mis labios. Él tenía miedo. Le tenía miedo. Ella estaba loca, pero él no lo supo antes de enamorarse, sino recién cuando cansado de la relación obsesiva que tenían decidió cortarla. ¿Decidió? Intentó, diría yo, porque después de que ella lo amenazó con suicidarse si la dejaba, él se quedó a su lado.
"Me quedé con ella porque temía que realmente se suicidara. No sabía si era verdad, pero lo decía de una manera que me daba miedo. Pero ya no pude aguantar más. Nuestra relación era enferma . . . Además, yo estaba enamorado de otra mujer y no la iba a perder la oportunidad de estar con ella".

Esa era yo. Yo, la culpable de que Marcos dejara a la loca. ¿Era realmente la culpable? ¿Era Marcos el culpable? ¿O la loca era responsable de sus propios actos?

Esas misma tarde, Yo, la mujer de quien él estaba enamorada, fui a la academia a buscar aquel beso tan deseado, tan esperado, aquel proveniente de esos labios carnosos, a oír aquella confesión de amor que había sido interrumpida abruptamente. Esa que ahora podía ser declarada sin temor, sin nada que se le interpusiera, sin barreras, sin obstáculos. Ya nada impediría que tuviéramos la oportunidad de estar juntos.

Cuando llegué, el salón estaba vacío. Al oír el vapor de la máquina de café corrí al fondo a recibir mi beso, pero ya había alguien en mi lugar.

2 comentarios:

  1. MUY BUENA LA HISTORIA, ME ENCANTO

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  2. me acorde de mi profe de violin, me encanta, pero es casado. Cuando se me acerca me pongo renerviosa, ja, ja!

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