sábado, 2 de enero de 2010

Cuento "Inflable"



Para este primer fin de semana del año, les dejo un cuento que escribí hace unos años. Es uno de los que más me gustan, así que espero que se rian un rato y lo disfruten, y si tienen ganas me dejen un comentario.

Besos.


INFLABLE

Enrique estaba cansado de las mujeres. Su esposa cada día estaba más distante, y cada vez que él quería tener un poco de intimidad con ella, siempre había alguna excusa. Cuando intentaba tener alguna aventura, para poder saciar sus necesidades sexuales, las mujeres disfrutaban de una copa o un café con él pero a la hora de pasar a otra fase, le miraban su mano derecha y le decían "Pero sos casado". Él no entendía cómo el ser casado antes era un atractivo para las mujeres y ahora una barrera. Así que se sacó la alianza, pero la marca blanca que resaltaba de la mano bronceaba delataba su uso.
Un día, al salir del trabajo fue a tomar una copa con un compañero de trabajo: Joaquín.
-Ultimamente no te veo muy bien, ¿qué te está pasando? –le preguntó su amigo.
-Estoy cansado, necesito vacaciones. En esta época del año es lo que más quiero.
-Lo que vos necesitas es un buen polvo – le dijo Joaquín riéndose.
-Decimelo a mí.
-¿Y tu mujer?
-No quiere ni que la toque.
-Ya vamos a arreglar algo, no te preocupes.
Enrique sabía que Joaquín era un hombre joven, soltero, muy buen mozo y con una buena posición económica, lo que a las mujeres les atraía mucho. Y que él, en cambio, ya había entrado en los cuarenta, aunque aparentaba más edad, era bastante afeado, estaba casado y con dos hijos adolescentes.
Esa misma tarde Enrique decidió hablar con su mujer. Se sinceró ante ella y le explicó que a pesar de que la amaba sentía que la relación entre ellos se había enfriado demasiado; y le preguntó si a ella le pasaba algo, si había alguna manera en que la relación volviera a ser como antes.
-Es que ya no somos los mismos. Crecimos, tenemos 2 hijos adolescentes. Tenemos otras preocupaciones, otras necesidades.
Enrique se quedó mirándola. Trataba de entender lo que su mujer le decía. Él era el mismo de siempre. Seguía teniendo las mismas necesidades, aunque era cierto que tenía nuevas preocupaciones, pero nuevas sumadas a las viejas, no era que las reemplazaban.
-Yo te necesito como mi mujer, mi amante, mi amiga, mi compañera, como la madre de mis hijos . . .
-Vos querés todo y todo no se puede.
¿Quién era la mujer que tenía a su lado? ¿Qué le había pasado? Ella no era así, nunca había sido así. Algo estaba pasando y él debía averiguar de qué se trataba.
-Yo no quiero todo. Yo te quiero a vos. ¿Te acordás lo bien que lo pasábamos juntos?
-Claro que me acuerdo, pero ahora las cosas son distintas.
-¿Qué es distinto? ¿Ya no me amas?
-Claro que te amo, pero ya no es lo mismo.
Enrique pensó que lo único que le faltaba escuchar era el famoso "No sos vos, soy yo". No tenía sentido seguir con esa conversación. Tomó su saco y se fue. Caminó y caminó. Tenía que hacer algo. Necesitaba tener una relación con una mujer. Pero no era bueno para las relaciones ocasionales y no tenía ganas de que ninguna mujer le reprochara nada, así que tampoco servía para tener una amante. Lo llamó a Joaquín, y quedaron en encontrarse en la esquina de la oficina.
Mientras lo esperaba, allí parado, algo en la vidriera de atrás suyo le llamó la atención. La miró. Sintió que esa mujer de plástico que posaba la nueva colección de ropa de otoño le hablaba. No la oía, pero sentía que le hablaba con la mirada. "Pero si no es más que un mannequin", pensó. Y se quedó mirándola tratando de entender qué quería decirle. Si es que le hablaba o él se estaba volviendo loco.
-¡Hola! -le dijo Joaquin -. Vamos, te invito un café.
-Es que . . . –Enrique le señalaba al mannequin.
-Ves esas son las mejores mujeres, no hablan, no protestan y hacen lo que uno quiere. Vamos, dale.
Los dos se encaminaron al bar de la esquina y mientras tomaban un café Enrique le contó todo lo que le estaba pasando. Joaquin lo escuchó detenidamente.
-¿Probaste con una muñeca inflable?
-Jaja, no. ¿Estas loco?
-Bueno, por lo menos te hice reir. Pero pensalo, quizá sea una gran solución.
Enrique volvió a su casa pensando en lo que su amigo le había dicho. Quizá tenía razón. Quizá no estaba tan loco. Quizá era la solución más acertada. Pero había un problema. Era una muñeca y él quería una mujer de carne y hueso, y de ser posible a su esposa, a quien amaba.
Entró en su estudio, prendió la computadora e investigó sobre el tema. Entró a varias páginas que ofrecián muñecas inflables, hasta había algunas en que los compradores contaban sus experiencias. "Están todos locos", pensó.
LA HACEMOS COMO A USTED LE GUSTA
Enrique leyó la frase varias veces. Eso era distinto. Podía estar en la cama con una muñeca pero de esta manera no sería cualquier muñeca, sino una que a él le atrajera. Sonaba un poco ridículo, pero . . .
Entró en donde decía "Contáctenos", llenó un formulario de compra y especificó cómo la quería, anexando unas fotos para ser más exacto. Satisfecho con su compra se fue a dormir.
A los pocos días recibió un paquete. Lo abrió con ansiedad. Ahí estaba, la mujer que él había pedido. Era como pedir una novia por encargo. La infló. No podía creer lo bien que se veía. Era igualita a la que él había pedido.
Desocupó uno de los placards del estudio y la guardó allí. "Más tarde te vengo a buscar", le dijo, y le dio un beso. Escuchó a su mujer que lo llamaba para que fuera a cenar. Se apuró a cerrar el placard con llave.
Después de cenar, esperó que todos se fueran a dormir y fue a buscar a la muñeca: a Sofía. Sofía como su mujer. Al principio le dio un poco de pudor, pero luego de hablarle unos minutos se fue acostumbrando a su frialdad. Después de todo ya estaba bastante acostumbrado a ese trato. Esa noche, después de varios meses volvió a estar con una mujer.
Los días pasaban y Enrique estaba feliz. Tenía a la mujer que tanto deseaba cuando él quería.
Una tarde, salió más temprano de la oficina y fue directo a su casa. Su mujer todavía estaba trabajando y faltaban unas horas para que los chicos volvieran del colegio, así que fue a su estudio a hablar un rato con Sofía. Le encantaba hablar con ella, le podía contar todo y sabía que ella guardaría el secreto.
Cuando su mujer llegó escuchó que había alguien en el estudio. Fue acercándose despacio para ver quien estaba allí. "Mi amor, yo no sé lo que haría sin vos", escuchó la voz de Enrique. Con toda la furia abrió la puerta gritándole "desgraciado . . .". Se frenó, se paralizó, se horrorizó al ver a su marido acostado con esa muñeca inflable. "Enfermo, ¿qué estás haciendo? Sos un perverso, y encima . . . " No sabía qué decir, se veía a ella misma y le daba asco.
-Pero vos no entendes. Yo te amo.
-¿Estás loco? ¿Cómo podés decir que me amas y estás con esa cosa?
-Pero mirá, si es igualita a vos.
Pero no fue una buena idea decir eso. Sofía se ofendió. Sofía, la de carne y hueso. Dio media vuelta, y se fue. Enrique la siguió, pero no hubo forma de que lo escuchara. Hizo un bolso y se fue de la casa.
A los pocos días Enrique recibió el pedido de divorcio. Él no se quería divorciar. ¿Qué iba a hacer sin Sofía? Él la amaba. Así que contestó que no estaba dispuesto a darle el divorcio, que era ridículo. Que él la amaba.
En la primera entrevista que tuvieron con los abogados para llegar a un acuerdo, él expuso su versión de la historia. Contó como se tomó su tiempo para elegir las mejores fotos de Sofía para que le hicieran una muñeca igual a ella . . . A todos los presentes los invadió una gran lástima y mucha gracia.
-Su marido la amaba verdaderamente. ¿Quién va a mandar a hacer una muñeca inflable igual a su mujer? –le dijo el mediador a Sofía-. ¿No le parece que debería darle una oportunidad.
-No, quiero el divorcio.
Finalmente, ante la terquedad de Sofía, Enrique decidió concederle el divorcio, pero dejó bien claro que la amaba, que sólo se lo daba porque ella lo pedía.
Al volver a su casa Sofía se hizo un buen café, y se sentó en el living con los álbumes de fotos para elegir las mejores fotos de Enrique.

Paula H.
Junio 2005.

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